Joan Castejón define su pintura como atemporal, al mismo tiempo que ejercito en ella el compromiso político, social y cultural con el tiempo que le toca vivir. Su obra refleja una honda preocupación por el hombre y una vocación solidaria con los sufrimientos de los más débiles, para quienes la desdicha puede llegar a convertirse en un hecho cotidiano.
Castejón reclama, con su vida y con su obra, la libertad del artista y la presencia de la poesía en la realidad diaria, como principales elementos definidores de la existencia, estando ésta ligada siempre al humanismo y a la contemporaneidad literaria y cultural. Tanto es así que, ni siquiera los años de firme compromiso antifranquista hicieron vacilar el pulso pictórico de Castejón, siendo capaz de mantener el lado poético de su pintura frente a otras temáticas posibles.
El aspecto clásico de su obra, al que prefiere denominar atemporal, adquiere pleno sentido cuando dice que su interés por las vanguardias no va más allá de los años 30 y poco más. Sus cuadros dejan de pertenecerle desde el momento en que son admirados por alguien, como si de un poema lanzado al viento se tratase, como si él no fuera sino un espectador más de su propia obra.
La pintura de Castejón no puede causar indiferencia a quien se acerca a ella, porque constituye una continua invitación a la reflexión. No se trata de una pintura con fines revolucionarios -en el sentido histórico-social del término-, sino que busca sobre todo al hombre y su reflexión, porque para él ni el arte ni la «ético» debe orientarse o subordinarse a la política.