Como yo no soy ni mucho menos un crítico de arte, la única licencia interpretativa de la que ahora me puedo  valer es la que me concede la literatura. Y me parece muy bien que en este caso sea así. Porque en la pintura de Castejón, como en toda gran pintura enraizada en los argumentos de la vida, comparece de algún modo un rango literario. Parece evidente que todo arte que se nutre de la historia en que se enmarca, coincide directamente con lo que se entiende por poética de la experiencia. No se trata, por supuesto, de crear un lenguaje en el que se filtren sin más otros lenguajes literarios, sino de conseguir que esa operación sea como una variante de la alquimia, en el sentido de trasmutar un material vivido en un material artístico. Sólo así ha podido el pintor concebir una realidad que revaloriza el valor usual de la realidad. Y eso también lleva implícito una cierta alianza, manifiesta o subrepticia, con la literatura. Y no me refiero ya a que Castejón haya dedicado, por ejemplo, una serie de pinturas a «Cien años de soledad», o que haya vinculado algunos dibujos a la personalidad de Machado, de Miguel Hernández, de Juan Carlos Onetti, sino a algo más recóndito: al hecho de que toda su obra sea como una lectura apasionante de ciertos episodios de nuestra historia común.

Confieso mi especial predilección por esta clase de pintura. Es decir, por una pintura que pretende, en muy notable medida, traducir, poner de manifiesto la experiencia personal a través de sus presuntas equivalencias artísticas. En la obra de Castejón se estabiliza, sin duda, antes que ningún otro programa, esa concreta formulación creadora. Basta recorrer, aunque sea de manera fugaz, su itinerario artístico, para comprender hasta que punto el pintor se ha afanado, de modo riguroso y perseverante, por sacar a flote el fondo selectivo de su memoria, es decir, por buscarle una nueva validez dialéctica a ese conjunto de enigmas que, para entendernos, llamamos realidad.

«Mutante», «Mutaciones», «Evoluciones», son términos usados más de una vez por Castejón para poner título a sus cuadros.

Sin duda que no se trata de ninguna arbitrariedad. La mutación anatómica, la brusca mudanza física que se opera en muchos personajes de Castejón, es una clara señal de su actitud humana y es también una clave de su obra. O una de las claves que mejor la desentrañan. ¿Por qué deforma, descoyunta el pintor esos cuerpos, a veces hasta el límite vertiginoso de una pesadilla? No puedo conocer a ciencia cierta los mecanismos que actúan en el pensamiento estético de Castejón para que sea ése, y no otro, el más llamativo entramado de su pintura. Pero puedo aventurar alguna reflexión en este sentido. Pienso, por lo pronto, que la obra de Castejón es desesperadamente realista, irremediablemente realista, incluso cuando la disección ornamental de las figuras parezca abolir toda referencia con la realidad.

Castejón no se propone nunca una mera narración de la vida, sino una puntual interpretación de la vida. No se propone contar, pintar un gesto significativo, sino dotar de una nueva significación a ese gesto. Me atrevo a suponer que, cuando el artista revuelve entre los materiales almacenados en su experiencia, elige aquellos cuyo sentido estético no tiene por que coincidir con el sentido común. De ahí a lo que suele llamarse gestión del irracionalismo no hay más que un paso, que es el paso que Castejón da  siempre con una intrepidez y sabiduría impecables.

Me interesa aclarar que uso aquí el término irracionalismo en con-sabida acepción de desajuste consciente de la lógica comunicativa. Aunque el arranque temático sea de lo más racionalista, su trasvase artístico puede valerse a veces de una mecánica irracionalista: es decir, de una forma de quebrar la lógica externa para conectar con otra lógica interior, con la única que a tales efectos potencia, enaltece el valor de la realidad. En este sentido, Castejón es uno de los realistas más adeptos al irracionalismo que conozco.

Lo cual no deja de ser, para mi gusto, una de las más atrayentes y turbadoras cualidades de su obra. Me parece, por otra parte, que Castejón es un pintor que encaja perfectamente en la ilustre tradición barroca del tenebrismo.

Tampoco digo -que sería mucho decir- que sea un epígono de Ribera o de Zurbarán, pero sí que usa del claroscuro en su más acreditada función retórica. Es posible también que no se trate sino de un método de indagación poética en la naturaleza, no para copiarla sino para corregirla. El hecho de que la paleta del pintor disponga de un cromatismo austero, de sobrias gamas viscerales, no hace sino favorecer la impresión de un tenebrismo actualizado por su propio ahondamiento en las cavernas de la memoria. Esos sienas, sepias, ocres, esos tonos de tierras y huesos, de maderas calcinadas y difuminos simbólicos, son otras tantas metáforas magníficas de un mundo físico corroído por los propios ácidos de la historia.

Castejón dibuja como un clásico y medita como un profeta. No es un juicio apresurado. Esos dibujos llevados a su más exigente decoro expresivo, viene del preciosismo renacentista y llegan a los más enigmáticos trasuntos del futuro. Reproducen el mundo de la razón pero a la vez vaticinan el sueño de la razón. Testifican la realidad y profetizan lo que puede llegar a ser esa realidad.

En esta muestra se reunen más de treinta años del trabajo creador de Castejón. Es un inventario selectivo basado en dibujos y pinturas. La evolución cronológica del pintor aparece aquí claramente establecida. Desde los dibujos del 66, del 67, hasta las pinturas que -con el frecuente nombre de «Ventanas»- configuran la obra actual de Castejón, lo que en esta exposición se muestra no sólo un balance artístico, sino un testimonio humano. No cabe duda que las etapas creadoras de Castejón vienen condicionadas por la historia en que se producen, por las razones vitales que las estimulan. El mismo Castejón afirmó una vez que el germen de su arte es «la anécdota convertida en objeto primero de la obra’ A lo que habría que añadir que esa anécdota, a través del tratamiento artístico, se ha convertido en un ingrediente secundario, diluído en la espléndida dinámica creadora.

Castejón ha recorrido un camino, a partir de su propia experiencia, que va desde la crónica a la sátira. Esa crónica, esa sátira, constituyen como los extremos de una trayectoria artística y a la vez humana donde caben otros muchos testimonios privados del pintor. Cada una de sus fases creadoras se corresponde con un ciclo de su vida. La memoria carcelaria, los hombres errantes, las atroces nocturnidades de la injusticia, los emblemas despiadados de la memoria, se reflejan y descomponen plásticamente en cada uno de estos cuadros. Testigo de su tiempo, también está traducido en esta pintura un tiempo histórico de abruptas corrupciones. Militante de la libertad, también se fusionan en esta pintura los entresijos de la libertad. Observador de la vida cotidiana, también comparece en esta pintura una sátira del caos cotidiano. Un personaje de anatomía desmantelada, una líneas que gesticulan, unas formas que vociferan, tienen aquí algo de espejos deformantes de nuestra inmediata historia. Mirándolos nos miramos de algún modo a nosotros mismos. Un hombre que es capaz de proporcionarnos ese ejemplo artístico, merece toda nuestra gratitud.

José Manuel Caballero Bonald (del catálogo Castejón-Lecasse 1992)