Del catálogo Castejón dibuixos, Bancaixa
En el comienzo de la década de los años ochenta, Castejón sustituirá sus dibujos de ceras sobre papel por otros en los que predomina el óleo. Inicio de una distinta estación -puerta abierta- en la que su pintura se hace más colorista; cambio de ciclo a la zaga de la belleza, de una no-figuración que difícilmente eludirá esa referencia fielmente tenida durante tantos años respecto a la figura. Pero el dibujante Castejón no puede echar por la borda algo en lo que él cree con convicción: que el principal fundamento de la pintura es el dibujo. Tal es así que, sabedor de la función germinal de éste, se aplica una vez tras otra, sea en trazos amplios o incisivos, sutiles o robustos -nunca yermos, asépticos, vacíos de sentido, ni mucho menos resecos-, a sus cuidadas tonalidades sienas, sepias, ocres y tierras. No se ha anquilosado en su periplo dibujístico, permanentemente in fieri. Más bien al contrario, su reenfocado repertorio de imágenes vehiculadas con la tersura de sus austeras gamas, pone resueltamente -y espléndidamente- sobre el tapete su evolución, que es -a la vez- conceptual, temática y procedimental. Sus personajes errantes, esos hombres que caminan o corren -con el mismo ímpetu de la veloz línea que los traza- quizá sin saber adónde, son los protagonistas en estos dibujos de calculada dirección y elástica flexibilidad, que arrancan de 1982, y muy avezado debe estar quien los mira para discernir que no se ha utilizado el recurso del collage, sino que es la maestría dibujística de su artífice quien ha logrado el procurado efecto de relieve.
También éste es el trecho de su discurso artístico -ahora más diversificado temáticamente- en el que los dibujos de calaveras y osarios (obvia es aquí la referencia a thanatos, justo en el límite del orbe de la muerte), tienen su contrapunto en los trazos –tenues en ocasiones, concisos en otras- que con perfiladas siluetas, pulsionales rasgos y casi inapreciables matices corporeizan su antítesis (la vida, el amor, el eros). Afanado transcurso biográfico de Castejón en el que pinta orientado hacia la abstracción -¡qué azules son sus espacios abiertos, metáfora de traspaso hacia lo no contingente!-, en cuyo proceso artístico que ensortija la pasión del emisor con la expectativa del receptor, no podemos dejar en el olvido el personal homenaje tributado a esos excepcionales «tres Pablos» (Picasso, Neruda, Casals), cuyas respectivas figuras quedan inmortalizadas por la «crónica» que, indefectiblemente, las sujeta a su tiempo histórico.