JOAN CASTEJÓN (Elche, Alicante, 1945) ha desarrollado su  trayectoria artística en una doble vertiente: una obra espacialista de carácter orgánico y otra de talante figurativo vinculada con el ser humano, donde gusta de contar historias. En esta segunda vertiente -ámbito de sus producciones relacionadas con la música- la obra de Castejón ha ido evolucionando desde los inicios de los años sesenta. Sus primeras producciones ahondaron en el tema del desamparo humano, perfilado a través de multitudes de seres huyendo atemorizados sin rumbo. De aquí pasaría, a finales de la década, a posiciones de talante más expresionista para desembocar en un realismo propio de los años setenta.

Estos lenguajes le han permitido desarrollar un proceso de deformación de la figura humana que es la clave icónica de sus propuestas, con el fin de forzar la imagen en una dirección semántica concreta. La figura humana nunca ha estado ausente demasiado tiempo de sus obras y constituye la columna vertebral de toda su reflexión plástica. Los paisajes y homenajes de los años ochenta siguen en esta línea, pero el proceso de destrucción y reconstrucción que Castejón verifica sobre el cuerpo humano ha venido continuando hasta convertir sus personajes en una especie de mutantes fraguados en su imaginación.

Es precisamente en este proceso de destruir y reconstruir con una nueva apariencia, donde debemos situar las producciones de Castejón relacionadas con la música. De principios de los años noventa data ya algún ejemplo donde se aprecia el interés por la temática que llega hasta nuestros días. Ahora la figura humana se encarna en el personaje del músico. Su talante expresivo va abandonando la forma orgánica, más vinculada al tema del desnudo, para convertirse en robot de la era mecánica, formado por fragmentos de máquinas. Sus carnes se han convertido en piezas de un engranaje, donde lo técnico y lo humano parecen convivir en un difícil equilibrio.

Estas piezas ensambladas sugieren la figura del hombre y parecen tomadas de desguaces. Son partes de diversos aparatos que recobran la vida en una nueva comunión de la mano del artista. La idea nos recuerda las propuestas del Nouveau Réalisme francés, donde se buscaba la manipulación de los objetos para ofrecer una imagen insólita del entorno y la cultura material. Si nos remontamos a las vanguardias históricas se enlazaría también con [a tradición del ready-made de Duchamp, el maquinismo de Francis Picabia y la Merzbau (una gran columna de desechos) de Kurt Schwitters, productos capaces de ser manipulados y ofrecer una visión de sí mismos en relación a la cultura que los había creado. 

En el caso de Castejón, sus hombres-maquina persiguen fundamentalmente efectos poéticos y plásticos. Son obras que evocan el mundo de la música a través de sus actores, músicos o cantantes. Éstos hacen sonar sus instrumentos o gesticulan como si estuvieran en pleno recital de canto. Las calidades de la pintura perfilan adecuadamente las distintas piezas con sus colores y brillos característicos, de manera que la mecánica del cuerpo humano se muestre evidente al espectador. La presencia de la luz centra zonas concretas de la obra a modo de ventanas que se abren para acentuar el aspecto cinético.