Si Castejón es un pintor autocrítíco, será también un pintor dialéctico. No sólo por estar fatalmente incorporado a un encadenamiento de contradicciones, sino porque sabe hacer de su propia contradicción un permanente factor de superación y enriquecimiento, siempre en lucha contra las tentaciones alienantes. Indudablemente, ése es un camino válido para salvarse de la que pudíeramos llamar “ambivalencia de las mediaciones”, pues cuando la obra criticista que pretende circular socialmente a través de los mecanismos de la mediación elige los circuitos mercantiles y se integra a las promociones de su valor económico, no se sabe quién está utilizando a quién. En verdad, ambos se utilizan. Son aliados, cuando no cómplices.
Si es nítido el comportamiento humano, también lo es el sentido del mensaje. Pero Castejón no busca la claridad por el camino de las evidencias demasiado fáciles, de lo elemental y archisabido. Su camino -por ser autocrítico – es el de una hunda llamada a Ia conciencia del contemplador. Suscita reflexiones que conducen sin complacencias a un replanteamiento del propio yo y, por consiguiente, a una más exigente relación con la realidad, a un comportamiento más elevado.
Sin embargo, esta entraña autocrítica y dialéctica no sería operante si careciera de la artisticidad, del dominio operativo de los medíos específicos mediante los cuales se configura el hecho artístico. En este sentido, la obra de Castejón alía lenguaje y contenidos dentro de una síntesis que se manifiesta mediante imágenes poderosamente alusivas. No divulga: interviene de modo transformador porque ha sabido asumir la irreductible cualidad del arte. No hace concesiones: planteando valores auténticos, confiere a su arte -por ser intransigentemente “artístico” una cualidad concienciadora, exigente, mejoradora.

Galería Punto. Valencia.